Ecuador, viaje a la autenticidad
No sé si fue casualidad o no, pero mi viaje de prospección a Ecuador comenzó y terminó entre sonrisas. Mi objetivo era explorar el Ecuador continental menos conocido, para determinar el nivel de calidad e interés del país y decidir si recomendarlo, o no.
Aterricé en el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre de Quito, después de 10 horas de vuelo desde Madrid, y me estaba esperando Santiago, experto local y gran amigo personal, con su mejor carta de presentación: una sonrisa que no le cabía en la cara.
Más que expectativa, que la solemos tener en cada uno de los viajes que realizamos, tenía dudas de si el país estaba preparado para recibir a un turista de lujo en términos de hostelería, servicios e infraestructura. Y la verdad es que me topé con un escenario sorprendente y auténtico a más no poder.
Lo primero que vi en Quito fueron las típicas calles estrechitas y casas coloniales tan bonitas y características de las capitales de la región. Me sorprendió la enorme labor de restauración del casco histórico, la monumentalidad de su arquitectura colonial y el hecho de que a pesar de ser una zona cultural que atrae turismo, sigue respirando el espíritu de un barrio habitado por gente local. En mis visitas a diferentes hoteles, busqué aquellos pequeños y con encanto que respirasen el sabor del nuevo Quito que surge con fuerza e identidad propia.
De todos los que visité, el que más me llamó la atención fue el Hotel Illa, diseñado y decorado por sus dueños, quienes me contaron cómo transformaron esta casa colonial de tres pisos y con estructura clásica en tres escenarios con las diferentes épocas artísticas de la historia del país, fusionando el arte contemporáneo ecuatoriano con una arquitectura que sin duda sorprende. Además, pude disfrutar de una experiencia gastronómica de 7 pasos que no me esperaba.
Descubriendo Quito
Horas más tarde visité la Catedral de Quito, que por supuesto es una parada obligada, y luego terminé en un convento de monjas del siglo XVII, cuya iglesia estaba en plena restauración. Tuve la gran suerte de poder subirme por los andamios con los restauradores de la UNESCO y entender mejor todo el proceso. Estar a decenas de metros de altura, bajo un artesonado mudéjar de hace más de 300 años, fue algo sorprendente. Los restauradores me transmitieron el concepto sobre la dificultad de elegir que época restaurar, ya que el edificio había pasado por sucesivas restauraciones en sus siglos de historia. Pero, ¿cuál sacar a la luz? ¿Barroco? ¿Renacentista?
Los museos de Quito son simplemente extraordinarios. La Capilla del Hombre y la Casa y Fundación Oswaldo Guayasamín recogen el legado de un artista universal, del porte de Picasso. La colección privada del museo de arte precolombino, La Casa del Alabado, me dejó en autentico “shock” al descubrir piezas precolombinas de más de 3.000 años de antigüedad de una belleza y precisión impactantes. Toda la colección gira en torno al misticismo y espiritualidad de una cultura milenaria para mi totalmente desconocida.
La alta gastronomía está abriéndose paso en Quito poco a poco. Daniel Maldonado es el dueño y chef de Urko, quien habiéndose formado en España, regresó a Ecuador para expresar una nueva forma de entender la gastronomía de su país. ¿Será la próxima estrella Michelín de Quito?
Para mí lo más bonito de viajar es poder descubrir la cultura local a través de personas y tradiciones ancestrales. Ya en el interior del país, en Otavalo, pude conocer el último telar artesanal de la zona, ya que hoy en día todo es importado de China. Su legendario artesano me mostró su cultivo de chinchillas (insectos) con cuya sangre obtiene un rojo y morado intenso para los tintes de sus ponchos, mantas y alfombras, o las decenas de flores con las que pinta sus lanas de oveja, alpaca y vicuña.
El encanto de una hacienda colonial
En el vecino pueblo de Ibarra, me topé con una hacienda centenaria con una gran cruz de piedra en su patio. Un casco colonial del siglo XVII convertido en un hotel de lujo y una fundación.
Y es que esta hacienda de producción agrícola y ganadera es una joya, sinónimo de lujo, tradición y fauna silvestre. Pertenece al ex Presidente de Ecuador Galo Plaza Lasso y en su interior se tejen un sinfín de historias familiares, relacionadas con su fábrica de quesos, huertos ecológicos, talleres de bordado y un increíble proyecto de conservación de Cóndores y Osos Andinos dirigido por Jan, un biólogo francés ya con acento ecuatoriano después de tantos años en la zona.
Debo decir que lo que más me llenó el espíritu durante mi visita fue la autenticidad de las personas que viven y trabajan allí. No te venden nada. No es un museo turístico. El señor de la vaca es el señor de la vaca y la que está tejiendo es la que está tejiendo. No es un turismo de: “mañana a las 8 tenemos actividad de kayak”, sino que disfrutas de una caminata con Jan y te va contando su día a día junto a los cóndores y osos andinos; o sencillamente te vas a dar un paseo en caballo por el valle, donde el único protagonista es el paisaje, nada menos que volcanes de más de 6.000 metros de altitud de fondo. A través de su fundación, la Hacienda vertebra la integración de todo el valle con proyectos de educación, conservación del medio ambiente y desarrollo de la comunidad local. (www.fundaciongaloplazalasso.org)
- En este valle habitan los cóndores y el oso andino —
- Un paseo a caballo es la mejor forma de conocer el entorno de Hacienda Zuleta —
- Una hacienda centenaria del s.XVII reconvertida en hotel de lujo —
- Un taller de bordado permite descubrir este tipo de artesanía ancestral de la zona
Desde la capital ecuatoriana del Amazonas, Orellana, me esperaban 3 noches y 4 días de aventura a bordo del barco Anakonda, un auténtico hotel flotante, que encontré fantástico para viajar en familia con niños por la selva.
Aprendí que en el Amazonas, las aguas de color negro, tienen un Ph que impide la eclosión de mosquitos. Navegamos por la selva mientras los guías locales, quienes conocen cada palmo de la zona, nos develaban las maravillas de la naturaleza. En los diferentes desembarcos, junto a las mujeres y niños de las aldeas, descubrí cómo extraían la savia de los árboles para fabricar pegamento o cómo fermentaban las frutas para producir algún licor. Aunque su estilo de vida sigue siendo muy tradicional, nos pudimos comunicar sin ningún impedimento ni necesidad de traductor.
La verdad es que Ecuador no dejó de sorprenderme ni un minuto. Aún recuerdo el momento en el que llegué al Parque Nacional de Cotopaxi, donde está El Cotopaxi, el volcán activo más alto del mundo. Incluso, más alto, que el Everest desde la base; o la conocida Avenida de los Volcanes, donde pude verlos, uno detrás del otro, llenos de nieve y glaciares, y con una altitud de 5,000 – 6,000 metros. Por suerte, aunque hacía frío y el ambiente estaba algo húmedo, no tuve que lidiar con el conocido “soroche”, mal de montaña o mal de altura, propio de esta zona.
Las rosas de Ecuador
En las plantaciones de flores de la Hacienda de la Compañía me enteré de que Ecuador es el segundo exportador de rosas del mundo, después de Colombia, y que desde que se corta una rosa, pasa por el mercado de subastas en Ámsterdam, hasta que llega a una floristería en Madrid pueden transcurrir tan solo 24 horas.
Y lo más valioso fue que esto me lo contaron las mismas mujeres que trabajan allí. Aprendí cómo la industria de las flores está cambiando las estructuras sociales del Valle. Las plantaciones tan solo emplean mujeres, quienes por primera vez perciben un salario fijo directo y no dependen únicamente de los ingresos que pueda aportar su marido. Además, las plantaciones ofrecen servicio de guardería infantil gratuita que aporta un mayor equilibro familiar.
Me enteré también de que el famoso ‘sombrero Panamá’ es netamente ecuatoriano, pero tomó este nombre porque fue utilizado en la construcción del canal de Panamá. Me hizo gracia cuando me lo dijo uno de los artesanos más reconocidos de Quito, mientras me enseñaba su taller y sus sombreros 100% de origen vegetal, los cuales pueden llegar a costar hasta mil quinientos dólares los de mayor calidad.
Ecuador es el segundo exportador de rosas del mundo, después de Colombia. Desde que se corta una rosa y pasa por el mercado de subastas en Ámsterdam, hasta que llega a una floristería en Madrid pueden transcurrir tan solo 24 horas.
Creo que podría seguir escribiendo hojas y hojas de los personajes que conocí y cuánto disfruté en Ecuador. Lo más bonito fue ver que detrás de cada paisaje y cada personaje hay personas reales con historias y anécdotas fascinantes por descubrir.
Para concluir mi relato debo decir que si mi aterrizaje en Ecuador fue mágico, mi regreso a Madrid me dio una última sorpresa. Cuando llegué a Barajas, a la terminal 4s, me encontré con el mítico mural del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín. Es curioso porque lo veía cada vez que iba al aeropuerto, pero no era consciente de la joya que tenía en frente de mí. Quisiera pensar que se trató de un guiño de bienvenida por su parte, algo así como un deja vu de cuando visité su museo y sus pinturas, inspiradas en Picasso, y me dejaron un dulce sabor de boca, tan dulce como toda mi visita a Ecuador.